Comentario
En el mes de enero Norteamérica había proclamado las denominadas "Cuatro Libertades" que, resumiendo el espíritu característico del país, venían a concentrarse en referencias a la libre expresión y culto, así como el derecho de las poblaciones a enfrentarse a las situaciones de miseria y temor generalizado. La Ley de Crédito y Arriendo había significado un paso decisivo hacia la entrada del país en el conflicto. Más tarde, ya en agosto, la firma por parte de Churchill y Roosevelt de la Carta Atlántica suponía el más inmediato antecedente para la formación del frente aliado formado por los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética, en su lucha común contra la agresión de las potencias del Eje.
Esta unión era, por su propia naturaleza, algo antinatural ya que situaba en un mismo frente a países que ideológicamente eran opuestos en sus planteamientos básicos. Sin embargo, las necesidades bélicas habían hecho posible esta alianza, que beneficiaba de forma clara a soviéticos y británicos, pero que fomentaba al mismo tiempo la producción norteamericana de elementos de toda clase destinados a cubrir las necesidades planteadas. La Carta Atlántica, directo precedente de la declaración fundacional de las Naciones Unidas, expresaba ante todo la más firme voluntad de defender los valores democráticos como forma de organización de los Estados, una vez liberados del yugo totalitario. Una declaración de principios que la Unión Soviética, que se ordenaba según formas particulares de totalitarismo, no tendría inconveniente alguno en firmar.
Con la llegada del mes de septiembre, las fuerzas alemanas y sus aliados -finlandeses, italianos, rumanos y otros- habían estabilizado sus posiciones sobre algunas zonas vitales del territorio soviético. Caída la ciudad de Kiev, se había organizado el cerco de las dos capitales, Moscú y Leningrado. Mientras, por el sur los invasores trataban de alcanzar los yacimientos petrolíferos del Cáucaso, vitales para el mantenimiento de la resistencia del Gobierno de Stalin. Con el fin de frustrar toda operación realizada desde el sur por los alemanes, británicos y soviéticos llevarían a cabo la operación de la ocupación del territorio iraní. Mientras tanto, la aviación inglesa incrementaba el número de sus operaciones realizadas sobre las ciudades de Alemania, que se encontraban desguarnecidas debido al masivo traslado de efectivos con destino al frente del este, voraz consumidor de hombres y de materiales.
Pero todavía no se anuncia el fin del conflicto para las armas que por el momento se muestran triunfantes en los campos de batalla. En octubre de 1941, Alemania domina el continente europeo, desde el Cabo Norte hasta el Mar Egeo, y desde la frontera franco-española hasta los mismos arrabales de Moscú. Junto a los países directamente ocupados, los satélites e incluso los neutrales no son más que comparsas que actúan al son que se marca desde Berlín. Todavía no ha llegado el momento en que comiencen a manifestarse actitudes de recelo y desconfianza ante el triunfo final del Reich. Mientras, el entusiasmo generado por lo que se presenta como una cruzada antibolchevique lanza a contingentes de voluntarios de varios países europeos hacia los frentes del este. Desde la España de Franco, exhausta después de tres años de guerra civil, es enviada la División Azul. Muestra de connivencia ideológica y contraprestación por la no participación directa en el conflicto mundial, la División pretende asegurar a las autoridades de Madrid la benevolencia del árbitro de los destinos de la Europa del momento.